domingo, 31 de enero de 2010

Ninguna aceitera es infalible


Los diseñadores siguen empecinados en encontrar la aceitera perfecta, aunque todos sabemos que eso, de momento, no se ha conseguido. Por mucho cuidado que se tenga, siempre existirá la gotita rebelde que se deslizará sigilosa por el pitorro hasta llegar a la base pringando la aceitera y manchando el mantel. Eso por no hablar de lo farragoso que puede llegar a ser rellenar el susodicho recipiente, lo complicado de su limpieza, o la rabia que puede generar la rotura del asa/pitorro por un golpecillo de nada.

Pero, ¿alguien ha pensado en los inconvenientes realmente importantes?

Cuando rellenamos una aceitera, el zumo de oliva se expone al oxígeno del ambiente y entra en contacto con elementos que contienen impurezas (la misma aceitera, el embudo...), para finalmente depositarse en el interior, donde se mezclará con restos de un aceite anterior o de una limpieza inefectiva. Una vez almacenado en el vidrio transparente, la luz solar se encargará de volatilizar los componentes aromáticos del zumo hasta dejar un aceite rancio, o apagado en el mejor de los casos.

Entonces, ¿qué podemos hacer?

Como todas nuestras decisiones, la elección de la botella y su tapón ha sido profundamente meditada: desde las más sencillas (un vidrio con un índice de filtración UV prácticamente total y una botella con un diseño práctico y funcional) hasta las más complejas, como es la cápsula o tapón. Una misma pieza integra varias funciones: sella totalmente la botella, identifica el producto, imposibilita el rellenado de la botella y regula el flujo de aceite.

Porque si en algo se diferencia nuestro envase de los demás, es sobretodo en el tapón. El flujo de aceite se controla perfectamente y no gotea, convirtiendo la aceitera en un objeto prescindible. Esta característica es especialmente ventajosa en barcos, excursiones, restaurantes, y como no, en casa.

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